Un regalo para imaginar y viajar, volver a sentirse como un niño al que se le estimula para que su cerebrito evolucione. Justamente por esto recomiendo la pieza a muchos que yo me sé…
Cuando Leroux decidió que el nombre para esta obra sería: pieza para brazos; no tuvo que comerse mucho la cabeza, y es que Leroux nos regala una hora para soñar con formas y texturas solo utilizando los antebrazos de sus intérpretes. Sesenta minutos de matemáticas anatómicas donde las imágenes te llevan donde quieras ir.
Y cuando digo regalar, entiéndame, quiero decir pagar un ticket para sentarnos en una butaca y durante una hora no tenernos que preocupar de ese mail que no llega, esa llamada que nos prometieron, o cuantas cosas más… no tenernos que preocupar más que por soñar durante una hora. Todo un regalo, ¿no creen?
Todo el teatro a oscuras y el escenario iluminado sólo para mostrarnos del codo al puño de cinco ejecutantes, diez miembros que se articulan y desarticulan desde la velocidad de la luz a la lentitud de las quimeras.
Una pieza genial que exige del espectador sólo lo que él quiera aportar, jugar con el enfoque, los ojos medio abiertos o medio cerrados, jugar con el ángulo de inclinación de nuestra cabezota para girar la evolución de lo que sucede en el escenario…
Me siento incapaz de explicar lo que vimos, y mucho menos lo que sentimos porque cada uno imaginó que sobre el escenario había: algas, cromosomas, códigos salidos de matrix, ballenas, campos d maíz inquietos…
Recomiendo ver la pieza si existe la posibilidad o al menos leer el texto que el propio autor ha escrito sobre ella, porque si con lo visual es bueno, con las palabras no lo es menos…
Un creador joven que ya ha dado que hablar y que aún seguirá haciéndolo. Quizá un nuevo gurú que contribuya a la evolución de las artes sobre el escenario.
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