
Ocupación, guerra, muro, ataques suicidas, asesinatos selectivos, Palestina, Israel… términos que todos hemos oído, leído y quizás hasta expresado, pero, ¿Cuál es el significado de todos estos términos? ¿Cuál es la realidad que se esconde tras la palabra?
Mi rutina, la rutina de la supervivencia diaria en una gran ciudad europea, con un alquiler que pagar, un trabajo al que acudir y unos amigos con los que compartir, era y es muy ajena a todos esos términos, pero por unos días, la danza, mi profesión, ha permitido que mi realidad sea otra.
Al final de esos días emocionantes y a mi vuelta a Bruselas, el único deseo es el de contar a quien quiera oír como hemos percibido, gracias a un festival de danza, una experiencia impresionante, errores humanos, que al igual que tantos otros, por mucho que se repitan a lo largo de la historia, no aprendemos de ellos.
Actualmente bailo en una compañía belga, que fue invitada a un festival de danza contemporánea en Ramallah, Palestina. Para ser más exactos, al primer festival de danza contemporánea organizado en Palestina (sin entrar en detalles de países reconocidos o no…). Un festival sin medios económicos pero muchas ganas y esperanzas.
El festival se ha desarrollado entre los días 4 y 18 de abril, en las ciudades de Ramallah, Jerusalem y Bethlehem, incluyendo en su programación, compañías de danza con base en Bélgica, España, Francia, Irlanda, Alemania, Palestina, Argelia y Túnez, aunque las compañías tunecina y argelina no pudieron asistir, al no serles permitidas la entrada a través del aeropuerto de Tel Aviv, por ser territorio israelí… y es que así está la cosa, la movilidad a la que tienes o no derecho depende del color de tu pasaporte.
Los objetivos del festival, quedan muy claros sobre el papel; hablan de preservar una vida cultural en tiempos de conflicto, de usar el arte como herramienta de diálogo… pero organizadores y participantes nos hemos llevado mucho más que eso, algo nuevo hemos dejado allí, y algo nuevo nos hemos traído. Sentarnos con los voluntarios a compartir una shisha y contarles como hay una manera en nuestro mundo europeo de ser profesional del arte y vivir de ello. Oír que hace más de 10 años que no ven un mar que está a 50 kilómetros porque no pueden cruzar las fronteras que les rodean. Contarles como en nuestro mundo podemos tomar tres o cuatro clases de danza diarias. Oír que el equipo nacional de baloncesto entrena solo dos días en semana… así es como ha transcurrido el festival, y ese es el objetivo que el encuentro ha permitido: saber que pasa al otro lado…
En un primer momento y recién llegados al hotel, una bolsa con innumerables panfletos, pósteres, postales y pegatinas que hablan de un muro, de una ocupación, de una cultura, de un pueblo, nos esperaba encima de nuestra cama, propaganda política que deja de serlo al día siguiente cuando la vives por ti mismo… y es que sólo hizo falta hacer un viaje en coche de diez minutos para ver los límites que el gobierno israelí a puesto a la movilidad de los habitantes de las ciudades palestinas.
¡¡Es verdad que hay un muro!!, que hay kilómetros y kilómetros de muro que rodean, que encierran a ciudades enteras. ¡¡Y crean islas!!, prisiones enormes dentro de un territorio que en la historia siempre ha sido un área de conflictos. Y el error se repite.
Condenados por nacer un par de miles de metros más allá de una frontera arbitraria, son galardonados con un pasaporte que no permite la movilidad.
Soldados adolescentes israelíes, de entre 18 y 20 años con un arma al hombro y mucho miedo a sus espaldas (seguramente muy justificado), habitan los innumerables chekpoints establecidos en los perímetros de las ciudades palestinas. Nos piden con mano temblorosa una carta de identidad, nos miran alucinados sin saber que hacer al ver un autobús lleno de palestinos y una compañía de danza, nada menos que de danza contemporánea (¿qué es eso?) con pasaportes españoles, franceses, belgas, alemanes, etcétera…intentando decidir si nuestra historia de la compañía de danza es cierta o no, decidiendo si podemos o no, pasar al otro lado de los ocho metros de alto que tiene el muro, si podemos pasar de una ciudad semi-derruida por los constantes ataques militares a otra completamente occidentalizada, aséptica, llena de macdonalds y virgin stores…
Poderes inmensos que juegan con los individuos, con las libertades básicas del ser humano.
Como bailarín, como la mayoría de los artistas y otros muchos profesionales, el nomadismo es mi estilo de vida, una forma de aprendizaje y de experimentar, crecer y crear. Impedir el transito es, para mi, la peor manera de coartar el crecimiento personal.
Nosotros como europeos, como habitantes del mundo civilizado, no hemos tenido problema en pasar de un lado a otro, de entrar y salir de los territorios ocupados, y esa, ahora, es nuestra fuerza. Hemos participado de lleno en la vida de la ciudad de Ramallah, hemos vivido y hemos trabajado con ellos, nos hemos subido al escenario por y para ellos. La danza ha permitido abrir una ventana al mundo exterior y ahora no podemos permitir que se cierre.
La danza ha sido utilizada como fuente de diálogo, ha abierto el camino para expandir la palabra, al menos para que todos los que hemos asistido a este festival, volvamos a nuestros lugares de residencia y hablemos de ello, para que no sea un error silenciado.
Movimientos políticos, religiosos, problemas de territorialidad, de subvenciones extranjeras, terrorismo, negocios ocultos e ideales raciales, todo esto me viene grande; no sé cual es la solución, si existe o el camino para encontrar el equilibrio, me viene grande; quienes son los indios y los vaqueros de esta historia, muy grande; pero saber de primera mano que una injusticia está siendo cometida y contarlo es mi pequeño grano de arena o quizá mi necesidad.
Participar en este evento, ha sido una experiencia personal, mucho más allá de la profesional, y así ha sido para organizadores, participantes y público, porque por unos días hemos sido personas y no instituciones.
Al final de esos días emocionantes y a mi vuelta a Bruselas, el único deseo es el de contar a quien quiera oír como hemos percibido, gracias a un festival de danza, una experiencia impresionante, errores humanos, que al igual que tantos otros, por mucho que se repitan a lo largo de la historia, no aprendemos de ellos.
Actualmente bailo en una compañía belga, que fue invitada a un festival de danza contemporánea en Ramallah, Palestina. Para ser más exactos, al primer festival de danza contemporánea organizado en Palestina (sin entrar en detalles de países reconocidos o no…). Un festival sin medios económicos pero muchas ganas y esperanzas.
El festival se ha desarrollado entre los días 4 y 18 de abril, en las ciudades de Ramallah, Jerusalem y Bethlehem, incluyendo en su programación, compañías de danza con base en Bélgica, España, Francia, Irlanda, Alemania, Palestina, Argelia y Túnez, aunque las compañías tunecina y argelina no pudieron asistir, al no serles permitidas la entrada a través del aeropuerto de Tel Aviv, por ser territorio israelí… y es que así está la cosa, la movilidad a la que tienes o no derecho depende del color de tu pasaporte.
Los objetivos del festival, quedan muy claros sobre el papel; hablan de preservar una vida cultural en tiempos de conflicto, de usar el arte como herramienta de diálogo… pero organizadores y participantes nos hemos llevado mucho más que eso, algo nuevo hemos dejado allí, y algo nuevo nos hemos traído. Sentarnos con los voluntarios a compartir una shisha y contarles como hay una manera en nuestro mundo europeo de ser profesional del arte y vivir de ello. Oír que hace más de 10 años que no ven un mar que está a 50 kilómetros porque no pueden cruzar las fronteras que les rodean. Contarles como en nuestro mundo podemos tomar tres o cuatro clases de danza diarias. Oír que el equipo nacional de baloncesto entrena solo dos días en semana… así es como ha transcurrido el festival, y ese es el objetivo que el encuentro ha permitido: saber que pasa al otro lado…
En un primer momento y recién llegados al hotel, una bolsa con innumerables panfletos, pósteres, postales y pegatinas que hablan de un muro, de una ocupación, de una cultura, de un pueblo, nos esperaba encima de nuestra cama, propaganda política que deja de serlo al día siguiente cuando la vives por ti mismo… y es que sólo hizo falta hacer un viaje en coche de diez minutos para ver los límites que el gobierno israelí a puesto a la movilidad de los habitantes de las ciudades palestinas.
¡¡Es verdad que hay un muro!!, que hay kilómetros y kilómetros de muro que rodean, que encierran a ciudades enteras. ¡¡Y crean islas!!, prisiones enormes dentro de un territorio que en la historia siempre ha sido un área de conflictos. Y el error se repite.
Condenados por nacer un par de miles de metros más allá de una frontera arbitraria, son galardonados con un pasaporte que no permite la movilidad.
Soldados adolescentes israelíes, de entre 18 y 20 años con un arma al hombro y mucho miedo a sus espaldas (seguramente muy justificado), habitan los innumerables chekpoints establecidos en los perímetros de las ciudades palestinas. Nos piden con mano temblorosa una carta de identidad, nos miran alucinados sin saber que hacer al ver un autobús lleno de palestinos y una compañía de danza, nada menos que de danza contemporánea (¿qué es eso?) con pasaportes españoles, franceses, belgas, alemanes, etcétera…intentando decidir si nuestra historia de la compañía de danza es cierta o no, decidiendo si podemos o no, pasar al otro lado de los ocho metros de alto que tiene el muro, si podemos pasar de una ciudad semi-derruida por los constantes ataques militares a otra completamente occidentalizada, aséptica, llena de macdonalds y virgin stores…
Poderes inmensos que juegan con los individuos, con las libertades básicas del ser humano.
Como bailarín, como la mayoría de los artistas y otros muchos profesionales, el nomadismo es mi estilo de vida, una forma de aprendizaje y de experimentar, crecer y crear. Impedir el transito es, para mi, la peor manera de coartar el crecimiento personal.
Nosotros como europeos, como habitantes del mundo civilizado, no hemos tenido problema en pasar de un lado a otro, de entrar y salir de los territorios ocupados, y esa, ahora, es nuestra fuerza. Hemos participado de lleno en la vida de la ciudad de Ramallah, hemos vivido y hemos trabajado con ellos, nos hemos subido al escenario por y para ellos. La danza ha permitido abrir una ventana al mundo exterior y ahora no podemos permitir que se cierre.
La danza ha sido utilizada como fuente de diálogo, ha abierto el camino para expandir la palabra, al menos para que todos los que hemos asistido a este festival, volvamos a nuestros lugares de residencia y hablemos de ello, para que no sea un error silenciado.
Movimientos políticos, religiosos, problemas de territorialidad, de subvenciones extranjeras, terrorismo, negocios ocultos e ideales raciales, todo esto me viene grande; no sé cual es la solución, si existe o el camino para encontrar el equilibrio, me viene grande; quienes son los indios y los vaqueros de esta historia, muy grande; pero saber de primera mano que una injusticia está siendo cometida y contarlo es mi pequeño grano de arena o quizá mi necesidad.
Participar en este evento, ha sido una experiencia personal, mucho más allá de la profesional, y así ha sido para organizadores, participantes y público, porque por unos días hemos sido personas y no instituciones.
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